El recipiente perfecto no va a convertir al vino de mesa Cumbre de Gredos en un Château Lafitte de 1787, pero al menos sí va a conseguir que, modestamente, uno pueda disfrutar en casa de una copa de vino como dios manda. Además, teniendo a un solo clic de ratón tiendas especializadas como Exportcave, con una amplia variedad de copas de diferentes capacidades y materiales disponible, aparte de la mejor relación calidad precio, toda excusa para lo contrario no es más que pereza y dejadez. Porque nada mejor que invitar a tu media naranja a una cena romántica –o a los amigos a celebrar tu soltería, según cada cual- y en la cual pueda apreciar tu clase y savoir faire, patente en la elección del caldo ideal para la ocasión y, sí, de unas copas a la altura del evento. Y es que, decantarse por una copa u otra puede influir de manera decisiva en la forma como los catadores van a apreciar el vino en cuestión.
Para no echar a perder una incipiente relación romántica a causa de servir un crianza competente en un vulgar vaso de plástico, cabe tener en cuenta una serie de indicaciones generales que, a grandes rasgos, deberían de ser útiles a la hora de escoger la copa adecuada para el vino adecuado. Vayamos por partes. Primero lo básico: de igual modo que no conviene servir un hermoso chuletón en un plato sopero, cada vino encuentra como pareja ideal un estilo de copa determinado, diseñada para potenciar lo máximo posible la placentera experiencia de su consumo. De acuerdo con esta idea, las copas de vino tinto, conocidas como Burdeos o Borgoña, destacan por su mayor tamaño general –cada vez más grande, de acuerdo con la moda vigente- y, sobre todo, su mayor anchura. En ellas lo correcto es llenar tan solo una tercera parte, con el objetivo de ceder espacio y dejar respirar estos caldos de sabor más pronunciado. Como se puede intuir de ello, estas formas espaciosas permiten agitar la copa para deleitarse con las emanaciones de aromas procedentes del vino. Cambiando ahora a los vinos blancos, la parte más notoria a primera vista es la especial longitud del pie de la copa, sensación visual que se incrementa asimismo por su menor tamaño en comparación con las copas de vino tinto y por su boca más estrecha. La razón para ello es que permite reducir la superficie de contacto directo entre la mano que sostiene la copa y el vino que ésta contiene y, así, evitar que se caliente la bebida. Siguiendo esta idea, lo habitual es llenar la copa por debajo de la mitad de su capacidad: esto permite que el vino repose menos tiempo en el cristal y se beba siempre frío. Un paso más allá en el estrechamiento se da en las copas de champagne y otras variedades de vino espumoso, las cuales, por el contrario, poseen un pie mucho más achatado que las de vino blanco. Altas y aflautadas, la profundidad de la copa y su escaso diámetro está pensado para facilitar el disfrute de esas características burbujas el mayor tiempo posible. El caso opuesto lo presentan las copas para servir el vermouth y algunos tipos de cócteles, cortas de altura y anchas de boca, aunque de tendencia a estrecharse a medida que nos acercamos al pie, que es alargado. Se las distingue así por la típica forma triangular del cáliz, que invita a añadirle una sombrillita hawaiana al estilo de las películas de Hollywood. La copa de oporto, de jerez y de vinos dulces busca dirigir los suculentos aromas del caldo hacia la pituitaria del degustador por medio de su figura de nuevo ligeramente aflautada, con un pie corto y de tamaño general medio. Por su parte, la copa de coñac, que solo se llena un tercio para no abusar, ofrece un pie corto en contraste con su ancho y voluminoso cáliz. Como se intuye por su oposición a las copas de vino blanco, aquí la finalidad es sostener con firmeza la copa y mantener templado y confortable el líquido, disfrutado con serenidad. Por último, y un poco alejado ya de esta familia de copas, están los vasos de licor, que dentro de la numerosísima ración de siluetas y medidas pueden ser semejantes a las anteriores pero a escala mucho más reducida.
Ahora bien, el material con el que esté compuesta la copa también afecta manifiestamente a la calidad del consumo de vino. Rechaza toda copa que posea decoración tallada geométrica o figurativa, que contenga agregados de metal u otros materiales y que se haya teñido de cualquier color. Es imprescindible y no negociable que la copa de vino esté elaborada con un cristal liso y transparente para apreciar la coloración del vino, que aporta datos como la edad, la tipología de las uvas, etcétera. El cristal debe ser fino, con un grosor homogéneo en la superficie del cáliz por completo. La fórmula más apreciada –y costosa- de las copas de mayor calidad se da con una combinación de potasio, cuarzo, sodio y un cuarto de plomo que otorga transparencia y resistencia al rayado a la superficie. Además, el lavado de las mismas debe realizarse con agua sin detergentes aromáticos para mantener intacta la calidad de la degustación futura, dejándolas escurrir boca abajo y sin secar con trapos o papel de cocina para evitar la contaminación de olor o sabor. Para restaurar su brillo tras el lavado, se aconseja faginarlas: rociarlas con una mezcla a partes iguales de agua y alcohol, tras lo cual se seca la copa con un trapo seco sin pelusa. No obstante, existen copas especialmente diseñadas para su lavado en lavavajillas, lo que siempre permite ahorrar dinero y, sobre todo, tiempo.